Hace días que volví de mis vacaciones estivales y como observo que por La Rioja todo sigue más o menos igual (TVs y periódicos más preocupados por seguir a Pedrone de festejo en festejo que en asuntos más importantes) retomo mis post con una reflexión fruto de estancia en Turquía.
Como no soy capaz de ir a una playa a tirarme en la arena a no hacer nada y a descansar -me agobia mucho- procuro conocer mundo y "vivir" las ciudades o los países que visito. Así que a Estambul me fuí con unos amigos, predispuesto a conocer un poco más de ese "extraño" país.
Y digo extraño porque a priori todas las ideas preconcebidas sobre Turquía y los turcos se te diluyen como azucarillo en té, turco, por supuesto, cuando buceas en el ambiente que se crea en el Estambul de verdad: el de su gente. No es Marruecos ni Egipto o Jordania.
Es precioso, para empezar. Pero no quiero hacer un post de viajes. Es un mundo diferente, te descoloca nada más llegar, es motivador y engancha. Es un país que vive una enorme contradicción interna. En una misma ciudad ves perfectamente lo que anhelan y ves de donde vienen y como los miedos a los cambios con su pasado afloran cuando rascas un poquito.
Estambul es la contradicción misma: una ciudad de 15 millones de jóvenes habitantes, con un corazón musulmán asiático y una cabeza europea. Es la convivencia, con sus lógicas tensiones, personificada. Es el respeto por lo diferente, por lo opuesto, hecho país. Es la Alianza de civilizaciones en esencia: ahora entiendo porqué Erdogán y Zapatero son los líderes de este encuentro de civilizaciones, de culturas, de economías,... de gentes tan diversas pero tan cercanas.
Cercanía, educación, simpatía es lo que emana de los turcos. Son gente que vive la calle -cosa que no me extrana si visitas los barrios "suyos" donde viven y trabajan", barrios que parecen salidos de Kosovo tras la guera de los Balcanes-. Son gente amable, que empatizan contigo con cualquier excusa y no siempre con el objetivo de venderte algo. Son respetuosos con los modos y maneras occidentales, que no imitan si no que reinterpretan a su manera hasta conseguir una parte europea perfectamente detectable en su ser diario. No es una impostura, ni una occidentalización buscada y forzada que si se puede detectar en ese lejano oriente olímpico de plástico. La parte europea de Estambul es como Madrid o Barcelona hace 20 años: no se diferencia en casi nada. La gente trabaja, viste, vive y anhela lo mismo que nosotros. Tiene los mismos hobbies, las mismas dificultades ante la hipoteca, el colegio de los niños o la crisis económica -que también les afecta y de qué manera-.
Y junto a eso, que no frente a eso, está su tradición secular. Está su ser musulmán, islámico si se prefiere. No son árabes, ni se entienden con ellos, los idiomas no son de raices comunes. No aceptan el radicalismo de sus vecinos. No lo imitan ni siquiera en Al Fatih o Eyüp, sus barrios más musulmanes. Es cierto que se ven a esas desdichadas mujeres enlutadas en esos casi burkas y que muchas llevan pañuelo en la cabeza. Es cierto que cada vez que veía a un turco con su hijo vestido a la última moda del Hip-Hop neoyorquino y al lado a sus niñas tapadas con pañuelo y a la mujer y a la madre enfundadas en esos horribles trajes largos y cerrados, negros y deformes, me ponía de muy mala leche y me salía la vena pensando " si le hicieran lo mismo a este c... ya veríamos cuanto tardaría en rebelarse contra ese sumisión vergonzante".
Y sin embargo conviven sin estridencias. Respetan esa cultura tradicional y a la vez buscan ese deseo de ser europeos como nosotros: modernos, libres, laicos...
Lo dicho, una experiencia de tolerancia, de filosofías de vida encontradas, de respeto por lo diferente y de alegría por vivir buscando un sueño eterno: ser europeos y libres de radicalismos irracionales que tanto daño están haciendo a este mundo respetando su milenaria cultura fruto de invasiones de tribus y etnias tan diferentes entre sí que han creado una deliciosa amalgama única en el mundo.
Ha sido un viaje agotador pero muy estimulante, incluso políticamente. Te hace entender lo importante y sonreír ante las pequeñeces de las miserias patrias regionales.
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